jueves, 3 de enero de 2013

Ni siquiera para tí

Valle del Kas, año 199x (sustituya la x por un número cualquiera). Allí tenía (y tengo, pero con matices) mi por entonces "cubículo individualista". Algunos días, esos días en los que no estaba para nadie, ni siquiera para ti, abstraerse del mundo exterior resultaba sencillo. En aquellos lejanos días solo un teléfono Domo era el contacto con el mundo exterior (la puerta de entrada también, pero lo de las visitas inesperadas solo pasa en las películas y en los Zipi y Zape con los Plomez).


Volvamos al teléfono Domo. El que dicho aparato dejara de funcionar era muy sencillo. Bastaba con desenchufar el cable de la pared y listo. No, no valía descolgarlo. Si alguien llamaba daba señal de comunicando. El truco estaba en que no hiciera ni un solo ruido. Desconectarlo significaba desaparecer del mapa. Ni siquiera existía aún el contestador de Telefónica (o bien no quería activarlo), o bien el "pilotito" de llamadas recibidas. Nada. La más absoluta de las desconexiones mundanales. 
 
El tiempo pasó, y con el la llegada de la telefonía móvil. Aquí les presento mi primer teléfono, adquirido con el final del siglo pasado:
 
Si, la telefonía móvil. Ese gran invento que empezó a permitirnos (sino a obligarnos) a estar permanentemente localizados. Llamadas y SMSs comenzaron a ser nuevos canal de contacto. Pero la cosa no quedó ahí. La popularización del correo electrónico también despuntó con el final del siglo. En un primer momento, para muchos, en forma de uso exclusivo para entornos laborales, pero posteriormente también para uso personal.
 
 
Avanza el siglo XXI y los canales de comunicación se multiplican: Redes sociales, servicios de mensajería avanzados tipo Whatsapp, Skype y la madre que lo parió. Y en esas estamos...
 
Si, en esas estamos. Estamos en que con tanto canal de comunicación, resulta difícil no estar para nadie, ni siquiera para ti. La solución simplista pasaría por proponer que si no se quiere tener contacto con el resto del mundo basta con no hacer uso de tantas vías de comunicaciones (aún cuando se pongan a chillar como locas en el momento en que las vuelvas a activar), pero cuando uno asume responsabilidades diversas, es complicado desconectarse por completo.
 
Y todo este desbarre ¿a cuento de que viene?. Lo cierto es que en las últimas fechas se han dado bastantes situaciones en las que he dejado de responder a llamadas telefónicas y a mensajes enviados por distintas vías. Pero en realidad no ha sido por ninguna razón tangible. Como diría el Vizconde de Valmont: "Sencillamente, no puedo evitarlo". Y así es. Y me temo que a más de un@ le haya podido sentar mal. Y es por esta razón por la que echo de menos la facilidad con la que tiempo atrás tiraba del cable del teléfono para "desconectar" en el sentido más literal de la palabra.
 
Reivindico por tanto desde esta bitácora el derecho a permanecer silencioso de forma voluntaria, aún cuando no haya ninguna razón para ello...
 
 
O puede que si...