sábado, 17 de agosto de 2013

48 horas en autocaravana

Desde hacía mucho tiempo, nuestro Pablete nos venía pidiendo poder ir de excursión en auto caravana. Dados los prohibitivos precios de alquiler que tienen, lo dejamos pasar, confiando en que se le olvidaría. Sin embargo hace algunas semanas, casualmente y a través de un contacto de un familiar, no surgió la posibilidad de pillar una auto caravana por unos cuantos días a un precio simbólico.



Tras unas cuantas explicaciones básicas por parte del dueño sobre el manejo de tan enorme trasto (agua, sistema químico, sistema eléctrico, ...), salimos a recorrer tierras castellanas una calurosa tarde de domingo, partiendo desde nuestro rincón serrano (Cercedilla) y tomando como primer objetivo el pueblo de mis ancestros maternos (Bonilla de la Sierra).


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Dado que legalmente no se puede ir a mas de 90 kmts/h con estos trastos, decidí pasar del peaje y tomar la "vieja" ruta de la N-VI y la N-110. Cuando veía tras de mi dos o tres coches esperando la llegada del carril de vehículos lentos, me sentía como un camionero a la vieja usanza.


Llegados al anochecer a nuestro primer destino, degustamos una cena fría cortesía de mi Tío Ginio, con posterior licor de hierbas y helados en la plaza del pueblo, al amparo del único bar existente en dicha plaza, y con esa sensación que da estar en un pueblo que por unos días ve aumentar con los hijos y nietos de la emigración franquista sus habituales y escasos 100 habitantes.

La duda sobre si dormir en la casa familiar o en la auto caravana tuvo respuesta clara por parte del sector infantil, así que, no sin cierta curiosidad, nos metimos los cuatro a dormir en el dichoso trasto, arropados por las campanadas de la iglesia. La noche transcurrió sin novedades y de forma sorprendentemente cómoda.
 
A la mañana siguiente, después del desayuno, emprendimos camino de nuestro destino para la hora de la comida (La Alberca), con alguna mínima parada inicial para asegurar los cargadores de dispositivos diversos. No obstante nos tocó "sufrir" algunas de las extrañas rutas del Waze. Maldita la hora en que mandamos a paseo el mítico mapa de carreteras.
 
Llegados a La Alberca, descubrimos una zona de aparcamiento exclusiva para auto caravanas, con lo que allí la dejamos, y nos vamos a comer a la plaza principal. Tras una comida no especialmente exagerada, intentamos sestear en la auto caravana aparcada. Y ahí si es donde surge lo que podemos denominar "modo gitano". Una calorina importante acompañado de la banda sonora de nuestros autocaravanistas vecinos. Aguantamos hasta las cinco de la tarde y decidimos seguir en ruta, en este caso hacia las Batuecas, bajando el impresionante puerto de El Portillo. Afortunadamente el manejo del enorme trasto ya se hace fácil, aunque de vez en cuando algún suspiro escapa por parte de la copilota.
 
Una vez finalizado el puerto, aparcamos en un pequeño aparcamiento y nos damos un agradable paseo de un par de kilómetros bordeando el rio. Las criaturas, dada su natural desinhibición, optan por quedarse en pelota picada y chapotear en el rio. Tras conseguir que se vuelvan a vestir, me preguntan sobre quien vive en el Monasterio que hay junto al rio. Mi respuesta en el sentido de que dentro habitan brujas no parece gustar nada a la madre.
 
Continuamos carreteando y entramos ya en la provincia de Cáceres. Pasado Las Mestas, llegamos a un cruce en el que decidimos volver en dirección norte, dado que la previsión inicial del viaje era subir hacia Zamora. A la altura de Riomalo de Abajo observamos como la aguja del gasóleo pea súbitamente un importante bajón, aunque la reserva no llega a encenderse. Seguimos hasta Sotoserrano y preguntamos por la gasolinera más próxima: la respuesta acojona: Béjar o La Alberca. Y ahora sí, la reserva se ha encendido. Decidimos por tanto tirar para Béjar, dado que el recorrido es más recto y llano. Atravesamos kilómetros de campos desiertos con los dedos cruzados. Para alegrarnos aún más la tarde, en Horcajo de Montemayor nos encontramos con que la carretera a Béjar está cortada, por lo que un aldeano nos indica otra ruta alternativa. Ya cruzamos hasta los dedos de los pies. Pero afortunadamente sí, tras unos cuantos kilómetros de agobio, llegamos a Béjar y llenamos el depósito hasta los topes.
 
¿Y que hacemos en Béjar a las nueve de la noche? El acojone del combustible nos ha desbaratado un poco los planes, así que decidimos salir hacia las afueras en busca de alguna zona agradable para aparcar y cenar. Entre Cantagallo y Puerto de Béjar, pegado a la carretera, encontramos un auténtico y clásico merendero, lleno de gente (es decir, no más de treinta personas), con bancos de madera y piedra, Cadena Dial a todo trapo, padres, abuelos y niños, columpios de al menos cincuenta años, y unos precios... irrisorios. Santa Bárbara se llama el sitio, anótenlo.
 
Tras degustar unos bocatas de jamón serrano de la zona, procedemos a encerrarnos en la auto caravana, esta vez si, sin la seguridad de una "zona amiga cercana". La noche, al menos para mi, transcurrió apaciblemente, con el encanto que supone dormir junto a un ventanuco medio abierto por el que llegan los sonidos de la noche junto a una pequeña carretera.
 
A la mañana siguiente, sin embargo, me encuentro con la sorpresa de que la madre de mis hijos solicita nos planteemos la posibilidad de volver a nuestro "espacio de confort", es decir, a casa. Tanteo al sector infantil, y parece que ellos también están de acuerdo en volver. Quizá el haber estado tanto tiempo el día anterior dentro del vehículo les ha hecho mella. Lamentando no haber sabido enfocarlo de otra forma más "lúdica", procedemos a volver a casa sin prisa.
 
 
 
Tras mover la auto caravana un par de kilómetros (dado que estábamos en una zona solo autorizada para turismos), desayunamos dentro mientras observábamos un curioso fenómeno, ya visto la tarde anterior: los "paseítos". En efecto, resulta impresionante ver como un elevado porcentaje de la población de los dos pueblos entre los que nos encontrábamos se dedica a "andar" entre ambos pueblos usando el arcén de la carretera. Esos andares en modo jubilado/a, aún cuando los andarines no hayan cumplido los cuarenta. Pobres, no tendrán veredas y por eso se dedican a gastar la carretera.
 
Como decía antes, procedemos a volver a casa, aunque sin prisa, y aprovechando paradas de interés. En concreto esta mañana fueron dos: en primer lugar, la Dehesa de Candelario, con un agradable y corto paseo.
 
 
 
Y la segunda, parada obligada en Guijuelo para abastecernos de la ambrosía típica de la zona:
 
 
 
Llegada la hora de la comida, entramos en Peñaranda de Bracamonte en busca de sitio adecuado para comer y para aparcar el "trasto". Ninguna de las dos conseguimos, por lo que retomamos la ruta por la autovía, y decidimos hacer parada para comprar pan comer en la auto caravana. La parada la hicimos en un auténtico pueblo fantasma denominado Chaherrero. Casas cerradas a cal y canto, y en donde las únicas muestras de vida que vimos fue la de dos paisanos impresionantemente barrigudos, sentados en la misma gasolinera, y tumbando a una velocidad pasmosa latas de Mahou clásicas una tras otra.
 
 
Por no hablar de la vieja piscina municipal, que seguramente conoció tiempos mejores hace ya unos lustros.
 
Y ahora ya si, llegada sin novedad a nuestro punto de origen, salvo el gálibo que me comí en el peaje de San Rafael, junto con una ventana de la parte superior de la auto caravana que, a nuestra llegada, observamos que "sorprendentemente" había desparecido arrancada en alguna maniobra, dado que no debimos de cerrarla. ¡GAÑAN!
 
 

martes, 12 de febrero de 2013

Thank God it's Tuesday

Son muchos los días en los que me viene a la memoria la película "Groundhog Day", titulada ridículamente en español como "Atrapado en el tiempo". Y si, en mi caso, al igual que Bill Murray, y al igual que otros tantos, el día a día se convierte en buena medida en una sucesión casi idéntica de los mismos acontecimientos, y todos ellos invariablemente a la misma hora: Despertador, Nespresso, dientes, afeitado, ducha, levantar a la familia, salir de casa, parada en el colegio, fichar en el trabajo, segundo café de la mañana, hora de la comida, fichaje de salida, actividades extraescolares, compra diaria, cena, ...

Afortunadamente solo estamos hablando de cuatro días a la semana. La llegada del viernes favorece nuevas expectativas en el momento de abandonar el entorno laboral. El fin de semana favorece en definitiva las actividades más lúdicas y placenteras. Dos días y pico para disfrutar y el resto ¿para sobrevivir? ¿cierto?... pues no, yo afirmo que ¡ ni de coña !.
 
Con la base de una cierta estabilidad física, emocional y ambiental, esta bitácora exige que los grises y continuos "cuatro días de la marmota" se conviertan en jornadas con alicientes, jornadas distintas y porqué no decirlo, jornadas enfocadas al hedonismo. Solo basta "buscar, valorar y ejecutar".
 
Unos podrán encontrar esta válvula de escape entre las cuatro paredes de un oscuro bar de barrio, puede que con una mano en una copa y la otra en un dardo. Respetable, pero con ciertos reparos en base a los (seguros) efectos secundarios.
 
Algunos otros optarán por calzarse las zapatillas para correr, trotar, andar a paso rápido o ir a ver obras. Recomendable como "despejante" ejercicio mental, e incluso con beneficios físicos.
 
Otros varios optarán por buscar refugio en espectáculos culturales, como puede ser una sala de cine o un concierto. No solo respetable, sino compartible (en mi caso, pasado mañana).
 
 
Y por último, la más placentera (quizá por novedosa) de las experiencias lúdicas entre semana que estoy experimentando: refugio entre fogones y placeres gastronómicos. La semana pasada fue un exquisito besugo al horno regado con un Verdejo de Rueda.
 
 
 
Esta sin embargo ha tocado un Tataki de atún con tomate (vía Mercado de Ventas y el blog de mi querido @Fdelama), y regado en este caso con un Malvasía Seco (para hacer los honores a Tali Arenao). Y he aquí la cuestión... ¿por qué narices hay que esperar al fin de semana para darse un gustazo culinario? El martes es un día perfecto, como punto intermedio de la semana laboral, contando con la ventaja de encontrar mercados más vacios y probablemente precios más asequibles. La única precaución es no acabar con toda la botella de vino de una tirada.
 
¡Gracias a Dios ya es martes!
 
 
 

jueves, 3 de enero de 2013

Ni siquiera para tí

Valle del Kas, año 199x (sustituya la x por un número cualquiera). Allí tenía (y tengo, pero con matices) mi por entonces "cubículo individualista". Algunos días, esos días en los que no estaba para nadie, ni siquiera para ti, abstraerse del mundo exterior resultaba sencillo. En aquellos lejanos días solo un teléfono Domo era el contacto con el mundo exterior (la puerta de entrada también, pero lo de las visitas inesperadas solo pasa en las películas y en los Zipi y Zape con los Plomez).


Volvamos al teléfono Domo. El que dicho aparato dejara de funcionar era muy sencillo. Bastaba con desenchufar el cable de la pared y listo. No, no valía descolgarlo. Si alguien llamaba daba señal de comunicando. El truco estaba en que no hiciera ni un solo ruido. Desconectarlo significaba desaparecer del mapa. Ni siquiera existía aún el contestador de Telefónica (o bien no quería activarlo), o bien el "pilotito" de llamadas recibidas. Nada. La más absoluta de las desconexiones mundanales. 
 
El tiempo pasó, y con el la llegada de la telefonía móvil. Aquí les presento mi primer teléfono, adquirido con el final del siglo pasado:
 
Si, la telefonía móvil. Ese gran invento que empezó a permitirnos (sino a obligarnos) a estar permanentemente localizados. Llamadas y SMSs comenzaron a ser nuevos canal de contacto. Pero la cosa no quedó ahí. La popularización del correo electrónico también despuntó con el final del siglo. En un primer momento, para muchos, en forma de uso exclusivo para entornos laborales, pero posteriormente también para uso personal.
 
 
Avanza el siglo XXI y los canales de comunicación se multiplican: Redes sociales, servicios de mensajería avanzados tipo Whatsapp, Skype y la madre que lo parió. Y en esas estamos...
 
Si, en esas estamos. Estamos en que con tanto canal de comunicación, resulta difícil no estar para nadie, ni siquiera para ti. La solución simplista pasaría por proponer que si no se quiere tener contacto con el resto del mundo basta con no hacer uso de tantas vías de comunicaciones (aún cuando se pongan a chillar como locas en el momento en que las vuelvas a activar), pero cuando uno asume responsabilidades diversas, es complicado desconectarse por completo.
 
Y todo este desbarre ¿a cuento de que viene?. Lo cierto es que en las últimas fechas se han dado bastantes situaciones en las que he dejado de responder a llamadas telefónicas y a mensajes enviados por distintas vías. Pero en realidad no ha sido por ninguna razón tangible. Como diría el Vizconde de Valmont: "Sencillamente, no puedo evitarlo". Y así es. Y me temo que a más de un@ le haya podido sentar mal. Y es por esta razón por la que echo de menos la facilidad con la que tiempo atrás tiraba del cable del teléfono para "desconectar" en el sentido más literal de la palabra.
 
Reivindico por tanto desde esta bitácora el derecho a permanecer silencioso de forma voluntaria, aún cuando no haya ninguna razón para ello...
 
 
O puede que si...